El último filme de Hayao Miyazaki (y todo parece indicar que será el último como director al margen de lo que siga produciendo su estudio) entra en la categoría del biopic. Pero el director de El castillo ambulanteentiende el cine (de animación o no), el relato y la relación entre ficción y realidad de manera muy personal.
Así que su película biográfica sobre Jiro Horikoshi, un relevante ingeniero aeronáutico japonés de entre guerras, se convierte en otra de sus preciosas fantasías donde la indagación plástica y la emoción melodramática conviven como lo hace en muy pocos cineastas contemporáneos. El viento se levantahabla de la infancia, juventud y primeras experiencias (aeronáuticas y sentimentales) de Horikoshi, alguien que soñaba con ser aviador y que debido a problemas de vista tuvo que contentarse con diseñar aparatos voladores. Volar no es solo para los pájaros, y a pesar de no poder materializar su gran sueño supo hacerlo partícipe a los demás.
Consciente de que Horikoshi se inspiró en un aeronauta italiano, el conde Gianni Caprioni, contemporáneo suyo, Miyazaki construye buena parte de su relato a partir de la imaginaria relación, en sueños y evocaciones, entre los dos personajes. Así, el rigor de uno, Horikoshi, se transforma ante la alegría, el placer y el hedonismo del otro, Caprioni. Los elementos trágicos quedan atenuados (un terremoto, la tuberculosis del gran amor del protagonista, la misería tras el crack económico, la entrada de Japón en la segunda contienda mundial) por esa especie de joie de vivre que casi siempre ofrecen las películas de Miyazaki.
Y lo ofrecen tanto en el devenir de los acontecimientos, las referencias exteriores (el título está extraído de un poema de Paul Valéry, El cementerio marino, que, a modo de objeto esperanzador, repiten algunos personajes a lo largo del filme) y la creación de un sutil y bello tejido plástico a partir de la diversa gama de verdes, el color predominante en la película.
Quim Casas (El Periódico)
Siendo niño, Jiro Horikoshi, pregunta en un sueño a G.Caproni si podrá diseñar aviones siendo miope, a lo que el Conde contesta.
«Los aviones son hermosos sueños, y los ingenieros hacemos realidad los sueños».